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Capítulo 3: La competencia



Pasaron años y Max tuvo que convivir a regañadientes con la alternativa del VHS en el “Mírame la palomita”, el DVD se había instalado ya en las estanterías junto con sus adoradas cintas de vídeo, aunque de vez en cuando se perdía algún que otro DVD misteriosamente o los clientes se quejaban del estado de los mismos.  –Estas nuevas tecnologías, tan poco fiables, puede llevársela en VHS, no fallará –. Les decía a sus clientes con sonrisa picarona.
Alice seguía visitando a Max cada semana a pesar de que su relación se basaba en pasarse el día incomodándose uno al otro, pero siempre tenían un apoyo para los momentos duros, como aquella Navidad en la que Alice recibió un regalo de su madre y tuvo que llamar a Max de emergencia.
      –Max… Max… Max… ayuda –dijo con voz débil y sombría a través del teléfono.
     –¿Alice? ¿Qué te ocurre? –respondió Max.
      –A… yu… da… me. Tentación… Max, Disc… –se cortó la llamada.
Max fue corriendo a su casa preocupado. Y al saber que se trataba de un Discman comenzó a gritar a Alice explicándole sobre lo que es y no es realmente importante.
      –¿Insinúas que esto no es una emergencia? –preguntó alterada Alice–. Lo he puesto debajo de la cama, donde sus botoncillos no entren en mi rango visual y me tienten vilmente. –Decía mientras se tapaba la cara con las manos.
      –Estás haciendo un drama. Si no te gusta, tienes dos opciones, o cambiarlo o dejarlo ahí hasta que un día con suerte le salgan patas y se vaya.
Finalmente se quedó dónde estaba, aunque Alice dormía intranquila al pensar lo que tenía debajo, a veces soñaba con que el Discman le hablaba con la voz del Fary tentándola a que lo cogiera y se pusiera a escuchar “El toro guapo”.


Era el día de descanso para Max coincidiendo con el de Alice, esos días solían quedar para ver alguna película en el almacén del videoclub. Era una estancia repleta de cintas VHS apiladas, las que Max se negaba a desechar y que cada año incrementaba en número. Además tras el cierre del cine del pueblo se hizo con la mayoría de las butacas.
      –Maximiliano… –le dijo poniéndole una mano en el hombro.
      –Te he dicho que no me llames así.
      –Maximiliano, tienes un problema. No puedes estar guardando todo esto aquí, debes de despedirte de ellas, te están consumiendo, mírate la cara de anciano que se está quedando.
Alice le dio palmaditas en la cara y tiraba de sus mejillas. A lo que Max respondió:
      –Este videoclub y mi cara de anciano nos negamos rotundamente a que desaparezcan así como así. –alzó el brazo mientras sostenía una de las cintas.
Alice comenzó a dar vueltas preocupada mientras se tropezaba con cintas que Max iba recogiendo detrás de ella.
      –No te quiero preocupar, pero hay un local en alquiler en el pueblo y he visto a tu amigo Tom…
      –¡Tom! ¡Truhan embustero, cejudo, insensato…!
      –El mismo. Pues me acerqué a cotillear, aunque yo no soy de cotilleos, tu bien lo sabes, que lo hice solo por el conocimiento y el bien de nuestro pueblo, pero cotilleos ninguno, que yo no soy de esas personas que…
      –¡Vete al grano! –exclamó desesperado.
      –Que impaciente eres. El señor cejudo me reconoció y me dio a entender que el pueblo necesita progresar y que él va a llevar a cabo el cambio –poniéndose la mano en el mentón, dijo–. Siendo mas concreta, me dijo que tu videoclub es una mierda, que se va a montar uno propio.
Aquella noticia le sentó a Max como si se enfrentara a Clint Eastwood en una película del oeste. Se arrodilló en el suelo, alzó los brazos y gritó el nombre de Tom Hansen entrando en cólera.
      –Estás haciendo un drama –dijo Alice mientras se cruzaba de brazos y negaba con la cabeza.

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