Pasaron años y Max tuvo que convivir a regañadientes con la
alternativa del VHS en el “Mírame la palomita”, el DVD se había instalado ya en
las estanterías junto con sus adoradas cintas de vídeo, aunque de vez en cuando
se perdía algún que otro DVD misteriosamente o los clientes se quejaban del
estado de los mismos. –Estas nuevas
tecnologías, tan poco fiables, puede llevársela en VHS, no fallará –. Les decía
a sus clientes con sonrisa picarona.
Alice seguía visitando a Max cada semana a pesar de que su
relación se basaba en pasarse el día incomodándose uno al otro, pero siempre
tenían un apoyo para los momentos duros, como aquella Navidad en la que Alice
recibió un regalo de su madre y tuvo que llamar a Max de emergencia.
–Max… Max… Max…
ayuda –dijo con voz débil y sombría a través del teléfono.
–¿Alice? ¿Qué te
ocurre? –respondió Max.
–A… yu… da… me.
Tentación… Max, Disc… –se cortó la llamada.
Max fue corriendo a su casa preocupado. Y al saber que se
trataba de un Discman comenzó a gritar a Alice explicándole sobre lo que es y
no es realmente importante.
–¿Insinúas que
esto no es una emergencia? –preguntó alterada Alice–. Lo he puesto debajo de la
cama, donde sus botoncillos no entren en mi rango visual y me tienten vilmente.
–Decía mientras se tapaba la cara con las manos.
–Estás haciendo
un drama. Si no te gusta, tienes dos opciones, o cambiarlo o dejarlo ahí hasta
que un día con suerte le salgan patas y se vaya.
Finalmente se quedó dónde estaba, aunque Alice dormía
intranquila al pensar lo que tenía debajo, a veces soñaba con que el Discman le
hablaba con la voz del Fary tentándola a que lo cogiera y se pusiera a escuchar
“El toro guapo”.
Era el día de descanso para Max coincidiendo con el de
Alice, esos días solían quedar para ver alguna película en el almacén del
videoclub. Era una estancia repleta de cintas VHS apiladas, las que Max se
negaba a desechar y que cada año incrementaba en número. Además tras el cierre
del cine del pueblo se hizo con la mayoría de las butacas.
–Maximiliano… –le
dijo poniéndole una mano en el hombro.
–Te he dicho que
no me llames así.
–Maximiliano,
tienes un problema. No puedes estar guardando todo esto aquí, debes de
despedirte de ellas, te están consumiendo, mírate la cara de anciano que se
está quedando.
Alice le dio palmaditas en la cara y tiraba de sus mejillas.
A lo que Max respondió:
–Este videoclub
y mi cara de anciano nos negamos rotundamente a que desaparezcan así como así. –alzó
el brazo mientras sostenía una de las cintas.
Alice comenzó a dar vueltas preocupada mientras se tropezaba
con cintas que Max iba recogiendo detrás de ella.
–No te quiero
preocupar, pero hay un local en alquiler en el pueblo y he visto a tu amigo
Tom…
–¡Tom! ¡Truhan
embustero, cejudo, insensato…!
–El mismo. Pues
me acerqué a cotillear, aunque yo no soy de cotilleos, tu bien lo sabes, que lo
hice solo por el conocimiento y el bien de nuestro pueblo, pero cotilleos
ninguno, que yo no soy de esas personas que…
–¡Vete al grano!
–exclamó desesperado.
–Que impaciente
eres. El señor cejudo me reconoció y me dio a entender que el pueblo necesita
progresar y que él va a llevar a cabo el cambio –poniéndose la mano en el
mentón, dijo–. Siendo mas concreta, me dijo que tu videoclub es una mierda, que
se va a montar uno propio.
Aquella noticia le sentó a Max como si se enfrentara a Clint
Eastwood en una película del oeste. Se arrodilló en el suelo, alzó los brazos y
gritó el nombre de Tom Hansen entrando en cólera.
–Estás haciendo
un drama –dijo Alice mientras se cruzaba de brazos y negaba con la cabeza.